Esta semana he retomado mis clases en la universidad, después de mi año sabático.
Me trae muchos recuerdos estar en esa facultad. Mire donde mire me vienen a la cabeza besos furtivos, soledad, risas, abrazos, caricias, desamparo, tumulto.
Mil cosas me han pasado entre sus paredes, y también fuera de ellas.
Conocí a uno de los amores de mi vida, la mujer que más daño me ha hecho.
Allí nació el germen de mi escritura, gracias a las cuantiosas lecturas desconocidas para mí.
Ya no conozco a nadie, solo a un gran amigo, Jorge. Me siento muy solo allí, sé que no pertenezco a esas clases soporíferas, o a las lecciones inservibles, pero si al ambiente de fuera, a las conversaciones en el bar, a las cervezas en las entradas, y sobre todo, a los besos que pude dar.
María, Luis, Alberto, Irene, Leticia, María, (otra). Nombres llenos de amarguras, y casi extintos.
Mi lugar está en los libros que leen los universitarios, leyendo en la intemperie, o simplemente paseando en buena compañía.
No valgo para ser filólogo, aunque ame a la literatura como a mi propia vida. Valgo para escribir, para leer, para aprender, pero no para memorizar.
viernes, 10 de octubre de 2008
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