martes, 7 de octubre de 2008

Algo mío

No sé como empezar esta carta, quizá sea porque no tiene comienzo, ni creo que tenga final, son simples desvaríos de un ex borracho.
Tengo, casi, veinticuatro años, y algunas veces me siento demasiado viejo, cansado, agobiado por mis propias expectativas, angustiado por ese futuro soñado y que nunca viene. Me siento muy viejo.
Mi infancia en Madrid acabó cuando a los diez años, la muerte llegó a mi casa.
Siempre he vivido a sombra de mi hermano, su nombre, largo, destino de escritores, (Ramón Mª del Valle-Inclán, Miguel de Cervantes Saavedra, Benito Pérez Galdós, etc.), José Luís Jiménez Cara. Fue el más inteligente, el más listo, el más simpático, el más todo, yo solamente era su hermano. No voy a negar un tanto de envidia por sus éxitos y alegría en sus fracasos, los cuales me hacían sentirme más Raúl, y menos su hermano. Pero también es verdad, siempre ha sido mi maestro, en todo, en mi amor a la literatura, en mi amor al cine. Me enseñó a amar algo que esta destinado a desaparecer; las ideas. Me enseñó a ser un romántico y luchar siempre por la vida. Quizá para la gente yo era el hermano de José Luís, pero yo me consideraba el único amigo que le comprendía siempre, aun cuando él ni siquiera se comprendía.
De pequeño era yo quien le defendía de quien le quería pegar, y no porque yo fuera más alto o más fuerte, (ya te dije que él siempre fue el más en todo), sino porque no podía permitir que nadie me librara de estar con mi hermano, y me angustiaba ante esa perspectiva. José Luís nunca ha sabido todo esto, yo creo que el me veía como una obligación, era el mayor y tenía que cuidar de mí. Tengo que agradecerle muchas cosas, pero creo que gracias a él, quiero ser mejor persona.
Algún día espero tener el valor de decirle cuanto le amo y cuanto le odio, siempre habrá un sentimiento dual en mi mente.
Analizando eso, su afán de independencia, de soledad, de libertad, es lo que ha marcado mi carácter. Quería imitarle en todo, para así tener éxito como él, y no me di cuenta de que el cambiaba y yo me convertía en él.
Ahora soy como yo le veía de pequeño; libre, solo, sin límites, abandonado, romántico, sin amor, ingenioso, angustiado, tímido y paciente.
Ahora que he conseguido todo eso que le envidiaba, me encantaría ser ese pequeño que no sabía que la verdadera sabiduría era la que escondía, y que a nadie dejaba ver.

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