lunes, 3 de noviembre de 2008

Leyendas de Granada (2)

Lo prometido es deuda.
Supongo que tiene razón GirlBlade y las cosas contadas, y no vividas, no tienen tanta gracia, pero no cejaré en el intento.

Segundo día en Granada. Nuestra decisión estaba clara, ser turistas.
Andamos lo que no está en los escritos, dimos vueltas por todas partes, y hasta hubo un momento tenso cuando Nacho hizo valer su cabezonería, pero no fue nada preocupante.
Lo mejor llegó después, por la noche.

Se me olvidó comentar, en la entrada anterior, que como era mi primer camping, no tenía lo necesario para dormir, y usaba de almohada una pelota de playa un poquito dura.

A lo que iba, estábamos tan cansados que esa noche no hubo mambo, pero yo estaba muerto de calor, y sugerí a Vanesa que dejáramos un resquicio en la puerta para que pudiera entrar el aire, ella se negó, como es normal, aduciendo que de esa manera entrarían mosquitos y nos picarían, como mucho me dejaba tener la mosquitera abierta, pero daba igual, con la puerta cerrada no podría entrar aire, estábamos en las mismas.
Sin más ni más, nos dormimos. La sorpresa llegó a la mañana.

No sé bien la hora que era, pero un grito me despertó.

-¡¡Raúl¡¡

Algo había pasado, pero no sabía ni intuía el qué.
Moví mi cuerpo, los brazos, las piernas, para levantarme, pero no podía.

-¡¡Raúl, ¿dónde está tu cabeza?¡¡

¿Cómo que dónde estaba mi cabeza?, en su sitio, pensaba yo, joder, si podía mover los ojos. Fue entonces cuando mire hacía mi cuerpo. Allí no estaba. Solo veía una lona de plástico, a ras de mi cuello.
Empecé a mover el cuerpo, lo notaba, pero no lo veía. No entendía nada.
Unas risas de Vanesa me hicieron calmarme.

Quizá alguno ya intuís que había pasado, os lo explico.

Por la noche, bastante sonámbulo, (yo no me acuerdo), y muerto de calor, había sacado la cabeza por la puerta de la tienda de campaña, había puesto la pelota-almohada debajo de mi cabeza, y había cerrado todas las cremalleras a ras de mi cuello, para que dentro no entraran los mosquitos.
La sorpresa llegó cuando Vane se despertó a la mañana y vio mi cuerpo, pero no mi cabeza, y como yo movía el cuerpo, (ya que lo notaba), como un payaso.

Me imagino cualquier persona del camping, que hubiera madrugado más que nosotros, y hubiera echado una ojeada a nuestras tiendas de campaña, y hubiera visto mi cabeza por fuera, dando una imagen de cabeza cortada, el susto que se hubiera pegado.
Y sin ir más lejos, si a Nacho o a Noelia se le hubiera ocurrido salir de su tienda, para ir al baño, el susto hubiera sido morrocotudo.

Ya no nos pudimos dormir, entre el descojono y la risa tonta.

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