miércoles, 5 de noviembre de 2008

Qué alto nos lleva el amor

Creo que mi vida tiene bastante de absurdo, siempre que salgo a la calle me pasan cosas muy raras, yo estoy acostumbrado pero cuando le cuento ciertas cosas a ciertas personas, se asombran y se asustan, para muestra un botón.
Hará como 8 años, más o menos por estas fechas. Durante cuatro meses compartí mi vida con una chica, uno de los amores de mi vida, y quizás el que más daño me ha hecho pero que me ha dado más felicidades, antes y ahora, porque por fortuna me puedo considerar el mejor amigo de esa chica.
Estábamos dando una vuelta por el centro, con un frío helador, ya habíamos cenado, así que cogidos de las manos, como amantes, nos encaminamos a rodear la Plaza Mayor de Madrid, de repente encontramos un sitio apartado, justo detrás de una iglesia, había unos bancos de piedra, y no había ninguna farola, lo ideal para nuestras caricias furtivas y nuestros besos.
Seré sincero, también hablamos. Dejamos pasar el tiempo, perdiendo la noción de él por completo.
Recuerdo esa noche con mucho cariño, nos dijimos cosas muy bonitas, muy románticas, y a partir de ese día sentí realmente lo que es el amor.
Eran más de la 1 cuando nos íbamos a ir, así que volvimos por donde habíamos entrado.
Alguien había cerrado la puerta de entrada, de más de 4 metros de altura. Todo estaba a oscuras y no pasaba nadie.
Nos empezamos a asustar y temíamos pasar la noche allí, hacía mucho frío.
En el lado opuesto de la entrada había otra puerta, un poquito más baja, pero también difícil de escalar, que daba a una calle, en la cual tampoco pasaba nadie. No teníamos otra salida.
Yo siempre he tenido facilidad para escalar, será por que tengo muchas fuerzas en las piernas y en los brazos, pero mi “amiga” no tiene esa cualidad, (pero si muchas otras), así que como pude la ayude a escalar, señalándola donde debía poner los pies para no caerse. Al final la escalamos y pudimos salir de allí, y resulta que ella, en un momento indicado, puso mal el pie y se lo torció, pero hasta el día siguiente no se dio cuenta del moretón.
Lo curioso, además de lo ya contado, es que no he vuelto a encontrar aquel lugar, ni solo ni acompañado. Y sé de sobra que no me lo inventé.

No hay comentarios: