lunes, 8 de diciembre de 2008

¿El Retiro?, sólo contémplalo.

Es el otoño en la ciudad, aunque no haya llegado aún.
Sus hojas caídas, su tranquilidad en medio del caos. Cinco minutos más, por favor.
Una trompeta suena a lo lejos, otorgando un halo de comodidad. La canción; desconocida, por supuesto.
Laberinto de árboles, con inscripciones grabadas a fuego en su piel.

Piedra, arena. Gris, verdad. Marrón, blanco. Bosque del olvido.

Hiede a invierno a punto de llegar, a perpetuo otoño. Lágrimas de primavera.
Huele a gentes que pasean, eternamente, por sus venas.

El camino más especial es el más solitario.
Me disipo en su corazón, perdido, hallado, abandonado, yo. El silencio me inunda, y lo acallo.

Brazos desnudos, despojados de sus hijos, arrojados a sus pies.

Veo un guante, despojo de una visita furtiva. O de un lance desafortunado, sea como sea, una historia interesante se entrelaza en sus lanas.

No conozco mejor lugar donde pueda descansar la luz, la verdad, en este apagado día. Todo está inundado de verdad, de una verdad eterna, de una verdad perenne.

Te respiro, me despido, hasta pronto.
Atardecer en éste otoño invernal, en este frío sol desnudo.
Donde los recuerdos se vuelven cristal, y el pasado es apenas unas gotas de rocío.
Eternidad, nada más.

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